El Castro de Baroña

Hace dos mil años que nuestros antepasados vivían en el Castro de Baroña. Me los imagino recolectando moluscos, pescando en el imponente Atlántico - ya fuera de la protección de la ría de Muros y Noia -, ocupando sus viviendas circulares. Pero, sobre todo, me los imagino en lo alto del poblado contemplando el espectáculo del atardecer sobre el infinito océano, una tarde, y otra, y otra.

Habitado entre los siglos I a.c. y I d.c., sobre la historia del Castro de Baroña [ver en Tagzania] cabría decir muchas cosas; yo me limitaré a enlazar con las versiones en gallego y castellano de la Wikipedia.

Más interesante - y más triste - resulta hablar del escasísimo respeto hacia esa historia, hacia esa joya cultural y natural que es Baroña. A unos pocos kilómetros de Porto do Son, en dirección Riveira, en una curva a izquierdas conviven el actual y el viejo trazado de la carretera; sobre éste, un bar-restaurante y un mínimo cartel que indica "Baroña".

Si uno es primerizo, cuesta ubicar el acceso. Resulta que, detrás del bar, nacen dos senderos - generosísimo calificativo - que descienden hacia la costa. En uno de ellos, a nuestra derecha, doscientos metros más abajo encontramos toda la señalización del lugar: "Castro de Baroña" a la derecha; "Praia de Arealonga / Castro de Baroña" a la izquierda. Por cualquiera de los dos, cinco minutos más tarde divisamos el perfil del poblado recortado contra el mar.

Avanzamos admirados, pisamos la arena del istmo, contemplamos a nuestra derecha Monte Louro y la otra cara de la ría, a nuestra izquierda la salvaje y probablemente despoblada playa, subimos unos pasos y franqueamos las murallas del castro. Nada. Ni un cartel, ni una información, ni un servicio. Nada, ¡qué pena!. Afortunadamente, la belleza del enclave es suficiente para enfrascarnos en su observación, avanzando entre las viviendas y trepando a lo más alto hacia la mejor panorámica; para imaginar, para retrotraernos dos mil años.



Bien, antes o después habrá que mover el bigote, que decía el otro. Siguiendo los impagables consejos de De pinchos, nosotros nos dirigimos al Bar Chinto, en Porto do Son. Para deleite de moraiminha, nos deleitaron con tremendo chincho (¿o jurel? ¿o...?) con nuestra cerveza; además, nos jalamos tremenda ración de navajas (efectivamente, espectaculares) y otra de pulpo, digamos que alegremente especiado.


[Más fotos del Castro de Baroña en la galería de fotos de O Barbanza]

Comentarios

  1. Así que los consejos de la Xantanza sobre visitas a castros van haciendo su efecto! Si es que cuando Manolo Gago se pone es de lo más persuasivo.

    Por cierto, concuerdo en que el pulpo y las almejas del Chinto son soberbias. Para la próxima apúntate el arroz de bogavante del Arnela II, algo más arriba.

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  2. Si te digo la verdad, se me olvidó en la impresora tu artículo sobre restaurantes en el Barbanza. Y ahora, que acabo de recuperarlo, efectivamente veo el Arnela II. En fin.

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  3. Alégrome de que che serviran os meus consellos, pero hei de decir que O Chinto foi unha recomendación previa do Gourmet, tamén o noso Gurú nunha fin de semán que andivemos polo Barbanza. Seguro que coas actualizacións que entre todos lle estaremos facendo, algún día escribirá un libro do máis interesante. O dito, dalle as grazas polos consellos ó Gourmet.

    En canto ó castro de Baroña... de seguro que é un dos máis fermosos do mundo.

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  4. Había-hay programado un campo de golf y una urbanización en el entorno del Castro. ¿te gustaría más así? Seguro que no: perdería el encanto mágico y salvaje que posee todavía hoy. Con las presiones urbanísticas constantes en la zona es una gran suerte que prevalezca libre de hormigón este rincón secreto. A lo mejor no se acierta con él a la primera pero si llegan tantos "guiris" al Castro de Baroña, nosotros también podemos llegar.
    Bonita foto. Un cordial saludo y gracias por el magnífico blog.

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  5. Hombre, kerote, pues no me gustaría más así, claro que no. Pero entre un extremo y otro...

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