La Casona del Bosque de Pumares

Cuando uno viaja con niños pequeños, lugares como la comarca asturiana de Los Oscos, colindante con Galicia, son ideales. Tranquilos, sin aglomeraciones, rodeados de naturaleza y parajes que invitan a la calma, al paseo, al juego con los cativos. Hace unas semanas estuvimos pasando un par de días por allí, y nos alojamos en la Casona del Bosque de Pumares [ver en Tagzania].

Pumares es un racimo de casas en torno al río Agüeira, totalmente recuperadas, luciendo en su piedra. Una de estas construcciones, una casona del siglo XVII, es ahora un hotel rural. El matrimonio que la restauró y ahora la regenta enseña con esmero las estancias comunes, orgullosos del resultado. Llama la atención la lareira, respetada también en su altura original, así empleada en su día como secadero de las carnes.

Juana, que así se llama ella, prepara personalmente lo más espectacular de los desayunos, único servicio de comida que ofrece la casa: los bizcochos, las rosquillas, las galletas, pero sobre todo las mermeladas: de pimiento rojo, de calabacín, de kiwi... En el recoleto comedor acristalado, es el mejor comienzo posible para el día en Los Oscos.

Las rutas de senderismo, la riqueza etnográfica de la zona - con ilustrativos lugares, pensando en los pequeños (y no tan pequeños), como Os Teixois en Taramundi o Mazonovo en Santa Eulalia - o microscópicos pueblos, semiabandonados unos, recuperados otros - Covas, en San Martín de Oscos, con las curiosas pinturas en las cornisas; Ferreira, en Santa Eulalia, sobre el río Agüeira - conforman un amplio abanico de posibilidades para pasar unos días [Más info en oscos-eo.es].

Comer ya no es tarea tan fácil. Por fortuna, la comarca - especialmente el sur - dista mucho de estar sobreexplotada tusísticamente, y eso se nota en la oferta de restauración. Lo más habitual es la casa de comidas, en muchos casos sin carta y con lo que buenamente se tiene ese día. Santa Eulalia tiene documentados tres restaurantes. Hay un cuarto, apenas a un par de kilómetros: un uno de septiembre, toda su oferta era sopa, huevos con jamón y requesón. Soberbio.

Así que nuestra parada habitual para las cenas era la Sidrería Veredas, a pocos cientos de metros de la casona. Ensaladas, revueltos y tortillas acompañaban a la verdadera - y única - especialidad del lugar: la carne local a la parrilla. Así que tortillas, chuletones de los de verdad y sidra configuraron nuestra sana dieta nocturna. Muy bien, por cierto: una carne excelente y no más de veinte euros por cabeza.

En fin. Que el que quiera perderse un par de días sin más preocupaciones que dejar pasar el tiempo, aquí tiene una buena alternativa.

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