El señorío escondido de Pazos de Arenteiro

A espaldas de la milla de oro del Avia, de la exhuberancia del Coto de Gomariz, como avergonzada por haber pasado tiempos muchos mejores, se esconde la villa de Pazos de Arenteiro, en su día emplazamiento de la hidalguía que prosperó alrededor del Ribeiro. Apenas un vestigio de lo que probablemente fue, el patrimonio de este pequeño pueblo de menos de cien habitantes es tan apabullante como desconocido (supongo que también para nuestros gobernantes).

Pazos de Arenteiro [ubicación] es una piedra preciosa todavía sin pulir para el turismo, escribía Pedro Retamar en El País en 2003. Su artículo tiene plena vigencia casi diez años después. Fachadas blasonadas, pazos señoriales devorados por la vegetación, casas hidalgas medio derruidas pero que resisten orgullosamente, la románica iglesia de San Salvador del XII-XIII.

Uno de esos pazos, el Pazo da Encomenda, es hoy una hospedería rural, tras la rehabilitación de César Portela que no creo que deje indiferente a nadie. No obstante, sus espacios comunes son extraordinarios: esa inmensa lareira que se eleva toda la altura de la casa, la pétrea terraza para un desayuno sobre los tejados y los viñedos; o, mejor, para contemplar las estrellas en un cielo que, lejos de todas partes, se observa cristalino.

Pero la piedra del Arenteiro no sólo está presente en las monumentales edificaciones del pueblo. A pocos metros de la iglesia arranca un precioso sendero fluvial que nos lleva, río arriba, hasta el pozo dos fumes, en el que el agua demuestra su fuerza; y río abajo hasta a Ponte da Cruz, parcialmente derruido por los guerrilleiros do Avia durante la guerra de la Independencia.

El contorno del río está sembrado de piedras talladas. Los maestros canteiros que trabajaban en los pazos de los nobles, sujetos a rígidas normas, dejaban rienda suelta a su imaginación en la naturaleza, dotando al entorno de una misteriosa aura mágica. (Aunque el origen de las tallas es más prosaico, yo prefiero quedarme con esta historia).

Descubrí Pazos de Arenteiro en ese fantástico fin de semana de febrero en el que los blogastrónomos celebraron mi partida, tras un pantagruélico - no podía ser menos - cocido en el Ateneo de Piñor. Hoy os puedo decir que pocos planes mejores se me ocurren para un fin de semana de primavera.

Y ojo, porque no todo acaba aquí. Aún nos quedó tiempo para una visita guiada al Castro de San Cibrao de Lás. Pero esa será otra historia...

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