Eramos cuatro para comer y nos decantamos, cómo no, por el menú degustación. Cuatro primeros, dos segundos y tres postres para dos horas y media largas de placer para el paladar. Os cuento.
Para empezar, tras los aperitivos, ostra con manzana y escabeche al instante: puro sabor a mar matizado por la compota y el ya famoso escabeche de Solla. Después, tartar de bogavante, el cual, pese a su sugerente nombre, fue el plato que menos nos dijo. La sardina sobre praliné de frutos secos fue un firme paso adelante: piel brillante, carne sabrosa, en buena armonía de sabores modestos con el praliné. Para terminar, la especial interpretación que Solla da al huevo a la provenzal: la yema, aparte, envuelta en el pan desmigado; el tomate, asado, le acompaña desde la distancia.


Los segundos, con todo, fueron de largo lo más brillante de la comida. En primer lugar, corvina con puré de berenjena y jugo de verduras asadas. Absolutamente espectacular. El pescado, similar a la lubina, se sirve sobre el sutil puré de berenjena; sobre ambos, ya en la mesa, se sirve el caldo de verduras. No tengo palabras: la corvina estaba, como siempre, exactamente en su punto; el contrapunto del sabor intenso del jugo y el fondo del puré completaban un plato grandioso.
Y no menos grandiosa fue la pechuga de capón macerada con soja y cocción unilateral. La pechuga, marinada, se marca en la plancha únicamente por el lado de la piel, de modo que el opuesto aparenta crudo. Pero no lo está: al contrario, es agudo el sabor de una carne en origen más bien sosa. Se acompaña con una salsa pepitoria tal vez revisada (según el propio autor) y una espuma de cebada.
Ante tal despliegue, los postres pasaron algo desapercibidos, salvo el primero. Un queso del país cremoso, que el propio Solla sirve desde el carro en que lo trae a la mesa, acompañado de membrillo y compota de manzana. La frambuesa y el té: gominola de frambuesa con helado de té y espuma de coco. Y, finalmente, el choco-cherry, o combinación de chocolates en diferentes texturas acompañados de cerezas... con sorpresa.
Los petit fours y el café pusieron punto final a tanta intensidad. Pero, cuidado, que nos queda el capítulo de vinos. Aconsejados por Solla, nos tomamos un A Torna dos Pasás Escolma (creo que 2002). Sólo había tomado una vez A Torna dos Pasás, y no me había terminado de convencer; pero esta escolma (selección, en gallego) es absolutamente soberbio, capaz incluso de convencer a una acérrima del Rioja. Y como dulce, para los postres, repetimos el Oporto Brunheda Vintage 2000 que ya disfrutáramos en la Xantanza.
El menú degustación en Casa Solla cuesta 64 €, IVA y bebidas aparte (existe también un menú express por 49 € más IVA y bebidas). Si a alguien le parece caro, que vaya a probarlo y luego me diga si se lo sigue pareciendo.
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