Apenas cincuenta metros cuadrados ocupa la Casa de Comestibles. Esta cifra es casi una declaración de intenciones en el blog del restaurante, una declaración de cocina de mercado y de cercanía: una persona en cocina, otra en sala y, como máximo, dieciséis comensales. El restaurante tiene una atmósfera recogida, de bistrot: paredes blancas, techos altos, suelo de madera, luz tenue. Invita a hablar en voz baja y disfrutar de la comida.
La carta es breve, una docena de alternativas, y tiene dos peculiaridades: comienza por los postres y no presenta las clásicas divisiones entre entrantes, carnes y pescados, como sugiriendo dejarse llevar por lo que pida el estómago, sin necesidad de caer en convencionalismos. En cuanto a la de vinos, tiene unas cuarenta referencias y está cuidada, con propuestas de interés de diferentes DOs, tanto gallegas como del resto de España.
Pasando ya a la cena, la escasa querencia de la Sra. Foucellas por los bivalvos hizo que no pidiéramos unas sugerentes almejas a la sartén. A cambio, y tras los aperitivos de la casa - mantequilla de pimentón y huevas de lubina en vinagre -, llegó a la mesa una terrina de pulpo con patatas y aceite de pimentón. Más allá de la presentación, el pulpo no aportaba nada novedoso; eso sí, estaba en su punto preciso - algo durito, como a mí me gusta - y las acompañantes patatas estaban absolutamente deliciosas.
Para los segundos, una de mar y otra de monte. Por mi parte, atún rojo con verduras al wok. El lomo de atún estaba muy bien cocinado, rojito y jugoso en su interior; con todo, me llamaron incluso más la atención las verduras, sabrosas y crujientes, servidas en una salsa de aceite y soja.
El cordero lechal en dos cocciones fue otro acierto. De nuevo un punto encomiable, manteniendo la carne muy jugosa, servida con una cobertura de pistacho y acompañada por patatas, champiñones, coles de Bruselas y una salsa con presencia de miel.
De los postres de la casa, yo me decanté por una torrija de mango con helado de cardamomo y galleta de jengibre. Muy bien: la torrija sin empapar, el helado estupendo y el toque de mango justo para que se note pero no suficiente para que su sabor invada el plato. Las natillas con castañas también tenían buena pinta.
Acompañamos la comida con un Leirana A Escusa (25€), porque nos falló el Monastrell que escogimos como primera opción (Rafael Cambra Uno), que se había agotado.Pagamos en total, con agua y cafés, 104 euros.
En definitiva, a mí me quedó una grata sensación. Por un lado, un local recoleto y agradable. Por otro, por supuesto, la cocina, de muy buena ejecución y basada en materia prima de primera. Un adecuado equilibrio, en mi criterio, entre cocina de mercado y una presentación que, sin ser arriesgada o muy innovadora, sí ofrece caminos para descubrir.
[Casa de Comestibles / San José, 1 - 676.591120 / Ubicación]
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