Acabo de llegar de pasar dos noches en el hotel [ver en Tagzania]. Por uno de esos prodigios de la temporada baja, pudimos entablar una relación directa y cuasi familiar con los propietarios, que nos brindaron un trato excepcionalmente amable y personal.
Al llevar una niña de apenas un año, nos alojamos en la suite, con mucho más espacio, el dormitorio separado de la zona de estar y un jardín propio, cerrado y suficientemente grande, que en verano debe de ser un magnífico "desahogadero" para energéticos niños. Las gruesas paredes de piedra, las contras de madera o los azulejos del baño la hacen muy agradable, y desde luego vale los 66 €/noche de su tarifa. En cualquier caso, las restantes habitaciones tienen también su zona de estar, aunque en el mismo ambiente que la cama.
La suite ocupa su propia casa (en la foto a la izquierda), mientras las restantes habitaciones se encuentran en otra (en primer término, a la derecha). El edificio principal (al fondo), alberga la recepción, el bar - con su lareira -, la residencia de los propietarios y, sobre todo, el restaurante. Además, el complejo cuenta con un jardín central y una piscina.
Dicho todo lo cual, pasemos a lo gastronómico. Fueron dos las cenas que tomamos en Punta Couso, un tanto excepcionales, en el sentido de que no fueron a la carta, sino que el propio Daniel nos explicaba qué materia prima tenía cada día y cómo podía prepararla.
La primera noche, comenzamos con unas zamburiñas al horno y con una parrillada de verduras, que pudimos aliñar con aceite de trufas y sal maldón. Continuamos con una lubina a la espalda. De vino, un agradable descubrimiento: albariño Pontellón. Lo destacado de la velada fue el postre: tarta de manzana con mousse de vinagre de Módena. La finísima masa - cuyo secreto pudimos conocer después, pero que guardaremos para las preparaciones caseras - y la agridulce combinación con la mousse eran sobresalientes.
Veinticuatro horas después, subió el nivel. Daniel nos preparó unos mejillones a la francesa: abiertos al vapor, con su salsa de vino blanco, nata y cebolla, un pelín picantes y servidos en abundancia. Deliciosos. Para continuar, un señor ejemplar de solomillo con foie en salsa de Oporto. Preparación clásica para una carne tiernísima. [Según el proveedor de Punta Couso, la carne, procedente de Lugo, pertenece a terneras gallegas que pacen únicamente en prados ubicados en fuertes pendientes; esta actividad física sin stress hace que la carne sea hipertierna. No sé si creérmelo, pero realmente era tierna, tierna]
Daniel Gerbaud es realmente un personaje interesante. Por encima de la sesentena, alto, buen mozo, gafas colgando de un cordón, voz muy grave, acento francés para un español casi perfecto. Le encanta charlar. Después de la cena, se sentaba a nuestro lado y, entre tazas de café de pota y chupitos - licor de hierbas, café, aguardiente de orejones -, nos hipnotizaba con sus historias: su periplo por España, iniciado en plena dictadura; su trayectoria como cocinero, acompañando a prestigiosos chefs al norte de los Pirineos; su aversión a los parisinos, parisino él; el día a día de un lugar tan recóndito como Aguiño; algún que otro secreto de su cocina; las historias de la Ría... Daría el alba si no hubiera actividades pendientes para el día siguiente.
En resumen, muy recomendable acercarse a Punta Couso: por las características del hotel, por su excelente ubicación (a un paso del Parque Natural de Corrubedo; a dos del Castro de Baroña; a menos de media hora de cualquiera de las villas de la costa norte de la Ría de Arousa y de la sur de la de Muros y Noia), por la comida y por el acogedor trato.
[¡Ah!, y gracias al Gourmet de Provincias - o más exactamente a sus padres - por descubrirnos el lugar]
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