Poco importa. La realidad es que los palafitos de la etnia añú siguen allí presentes, como si no hubieran transcurrido los últimos quinientos años: los pilares de madera sobre el agua, los vivos colores, sus pobladores navegando en las curiaras, el magnífico manglar.
Miento. Miento como un bellaco. Sí ha pasado el tiempo, tiempo que se materializa en motores fuera-borda en las embarcaciones, en grandes neumáticos protegiendo los palafitos, en grandes bidones de plástico para el aprovisionamiento, en antenas de televisión sobre los humildes palacios, en los vaqueros secándose en las cuerdas...
Pero sigue teniendo su encanto, ¿no?
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