Arranco con el recorrido. Procuraré ser breve, pese a que el extenso menú - hasta dos aperitivos, siete platos y dos postres, sin contar los petit fours - daría para un tratado. Si estás ávido de detalle, te remito al post del coléga blogastrónomo Gourmet de Provincias, que visitó el restaurante apenas una semana antes. (Ligasalsas también nos da su opinión, aunque con un menú de verano algo diferente)
La empanada del día para empezar: fina y crujiente, envolviendo, en esta ocasión, sabrosos mejillones. La caballa con aceite de jengibre y manzana, el primer toque de mar, crudo, directo. Tras el par de aperitivos, la lubina salvaje marinada con lima y jengibre: repetición de la jugada en un plato ya con más presencia, aunque quizás el de resultado menos llamativo del conjunto.
Debo decir que a estas alturas no estaba especialmente entusiasmado, pero esto no tardaría en cambiar. En buena parte gracias a la vieira con unto y sopa de patata, excelente en su textura, consistencia y toque de plancha: medalla de bronce. O al extraordinario bogavante con arroz cremoso, que apareció por sorpresa fuera de la carta.

Dejamos los mariscos y pasamos a los pescados. La merluza en emulsión de su jugo (¡horror, me he olvidado de añadir la foto al collage!) abre el capítulo con solvencia. Y el salmonete con sus higadillos encebollados era, literalmente, como meterse el mar en la boca; absolutamente asombroso, sube al segundo peldaño del podium del menú.
Llega el digno campeón, el plato magistral dentro de un altísimo nivel general: el capuchino de lentejas con níscalos y foie. Imagínatelo. Una textura casi de mousse, ligera, esponjosa, con toda la potencia y sabor de las lentejas con chorizo que hace tu madre en casa. El invierno que se deshace en tu boca. ¡Y en taza de Sargadelos!
Y, para rematar, la patata del cocido. Una curiosa expresión del plato por excelencia del invierno gallego, convenientemente recreado por el Gourmet.
A estas alturas, poca capacidad queda para comer algo más. Pero hay que hacer frente a la barrita energética - de intenso chocolate - con helado de pan. Y, por si fuera poco, al profiterol king size con crema montada de vainilla y helado de arroz con leche (¿o era de coco?) como relleno (y de verdad que es king size, incluso aunque sea a tomar entre dos).
Con el café, los petit fours - chupa chups de almendra y coco; helado de sobao pasiego - ponen su granito de arena para alcanzar la plena saciedad. Luego hay quien dice que con este tipo de cocina se pasa hambre.
Mención especial para el vino. Recomendado por la casa, nos decantamos por un Leirana, fantástico albariño de 2006, potentísimo en boca - contundente, te diría - criado junto al mar en la vecina Meaño. Las tres hectáreas del viñedo dan apenas para 10.000 botellas, que seguirán siendo - a la vista del avance del producto de 2007, según nos contaba Xoan Cannas - un bien muy preciado. Y para los postres, un MR que estaba a la altura.
Lo bueno de la temporada baja es que, además, uno se puede permitir el lujo de quedarse de parole con los hermanos Cannas: hablar del nuevo restaurante, de las peculiaridades de este tipo de negocio - incluidas las reticencias de abuelas con una visión más tradicional de la gastronomía -, del buen estado de salud de la cocina gallega, del cada vez más interesante panorama de los vinos de por aquí o de ese colectivo de pirados denominado blogastrónomos.
Y todo con un menú que cuesta 38,5 euros + IVA, que con los vinos se pone en unos 55 euros por cabeza. Cuesta eso, pero vale mucho más.
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