Extremadura jornada 3: por la Sierra de Gata

Visitar los pueblos de la Sierra de Gata es sumergirse en un mundo extraño para casi todos nosotros: un mundo en el que el tiempo importa bien poco, en el que la calma y la parsimonia imperan. Uno no puede pretender pasear por las pequeñas villas sin detenerse a hablar con los mayores que desean contar y ser escuchados, que agradecen ver nuevas caras. Hay que dejarse contagiar, aunque sea sólo por un día.

Al fondo, a lo alto, Trevejo y su castillo

Empezamos el recorrido por Santibáñez el Alto, baluarte defensivo que domina la llanura desde lo alto de una empinada colina, ofreciendo unas magníficas vistas sobre el embalse de Borbollón y las interminables tierras al sur de la sierra. Santibáñez es un laberinto de calles y cuestas, de casas arracimadas que irremediablemente conducen, en la cima, a lo que queda del viejo castillo árabe. Es martes de carnaval: no hay colegio en Santibáñez; las abuelas se ocupan de los pocos niños que quedan en el pueblo. En uno de los bares de la plaza, La Portuguesa, María nos sirve un café - acompañado por un pincho de lomo casero - y nos cuenta, sin prisa, su historia, ya de muchos años a este lado de la raia.

Santibáñez el Alto: al fondo, el embalse de Borbollón y la llanura

Al pie de Santibáñez, Torre de don Miguel. Enseguida notan que no somos del pueblo y nos acompañan por las callejuelas que serpentean entre pinos y naranjos, para que admiremos los escudos, los blasones, los balcones colgantes que aparecen insospechadamente. En la plaza, centro neurálgico del pueblo, un octogenario parece seguir lamentando aquel fatídico día en que el olmo dejó de hacer compañía a la Iglesia de la Asunción y al Ayuntamiento. Lo poco que queda su tronco permite imaginar que fue un árbol magnífico.

Plaza de Torre de Don Migel

Siguiendo la carretera, pronto aparece Gata recortando su perfil contra la sierra. Las calles de piedra del conjunto histórico son elegantes, como lo son también sus casas de dos pisos con balcones. Es fiesta en Gata, y una maldita carpa nos impide disfrutar de la plaza de la Constitución, pero lo compensamos con un vino y un buen pincho de queso de oveja.

Gata, presidida por la iglesia de San Pedro, recortándose contra la sierra

La siguiente parada es Robledillo de Gata, según muchos el pueblo más bonito de la sierra. Robledillo es final del camino, hay que ir a propósito para perderse por sus callejuelas y sus balcones - así llaman a los pasadizos que crean los volantes de las casas -, por su paisaje de pizarra y adobe.

Casas en Robledillo de Gata

Robledillo está encajonado entre aguas, rodeado por un riachuelo, el Árrago, que movía los cuatro molinos con los que contaba el pueblo. Todavía se conserva uno en buen estado, hoy día un museo que nos cuenta cómo se obtenía el aceite a partir de la magnífica oliva de la zona. En Robledillo, además de aceite, vino de pitarra y miel.

Balcón junto al río, en Robledillo de Gata

Casa Manadero es donde comemos, que ya va siendo hora. Comida serrana, comida de invierno: sopas de ajo y jamón; una caldereta de cabrito para quitar el hipo; batido de moras como postre. Con un café, un par de copas de vino y el crepitar del fuego en la chimenea, algo más de 20 euros.

Calle de Robledillo de Gata

Por la tarde, la primera parada es la pedanía de Trevejo. Como Santibáñez, en lo alto de una colina que vigila la llanura y la sierra, ofreciendo unas vistas de impresión; y como Santibáñez, alberga las ruinas de un castillo de probable origen musulmán. Trevejo, sin embargo, es un minúsculo conjunto de casitas de granito y teja que conserva magníficamente su trazado medieval, deslizándose ladera abajo al pie del castillo. Junto a éste, alrededor de la iglesia de San Juan, un grupo de tumbas antropomorfas termina de darle un aire de misterio a la visita.

Caseríos de Trevejo, desde la entrada del castillo

Para llegar desde Trevejo hasta San Martín de Trevejo hay que atravesar el Castañar de Ojesto. La ruta es impresionante en invierno, con el árbol desnudo, cuánto más lo será en el otoño. San Martín de Trevejo es ya tierra de fala: un viajero gallego se siente como en casa oyendo hablar el mañegu a seiscientos kilómetros de su tierra. En el paseo por San Martín, ya atardeciendo, sólo rompe el silencio el agua que baja del Jálama por las regateras que recorren las principales calles del pueblo. Sentados en un banco de la Plaza Mayor, descansamos admirando el campanario y la casa del comendador, apurando los últimos minutos del día en que reinó la calma.

Plaza mayor de San Martín de Trevejo

Os dejo, por último, la ubicación de los pueblos comentados en el post y el enlace al álbum de fotos del viaje.

Comentarios

  1. Es una de mis zonas preferidas de retiro. Ya sea de manera actual como para el futuro. Y me gusta mas que La Vera y El Jerte, porque no se han vuelto locos buscando rendimiento al turismo a cualquier precio, por lo que no han perdido su identidad. Da gustirrinín pasear por sus tranquilas calles o por las sierras, disfrutar con los paisanos y de sus aguas, sin el agobio de la masificación.
    Espero que hayas disfrutado.

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  2. Pues sí, la verdad es que lo disfrutamos. Y mucho.

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  3. Que fotos más bonitas de una ruta turística que tiene que es preciosa y que la recomiendo, la verdad es que es una gozada. Para mi proximo viaje a Caceres he ampliado la información sobre monumentos, la zona y las rutas en Extremadura. Saludos

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