XIII Xantanza: ni un título me han dejao

Es lo que tiene esto de rezagarse cuando uno comparte mesa y mantel con los prolíficos blogastrónomos. Que pasa poco más de una semana, que ya hay siete posts sobre la XIII Xantanza y que no quedan ni títulos por ocupar. Porque Another cow in the corn, Capítulo 0, De pinchos, La caja de los hilos, Laconada y los invitados Colineta y La cocina de Lechuza han contado todo lo contable, titulado todo lo titulable y fotografiado todo lo fotografiable. Hasta le voy a tomer a Sole sus dos fotos de grupo para el post, a la espera de poder comprarme un gran angular tan molón como el suyo. Tenéis literatura más que de sobra en los enlaces anteriores, pero os dejo aquí una breve síntesis para que os hagáis una idea de cómo fue la cosa.

Porque la cosa empezó chunga, no os creáis. La víspera se consolidó el pronóstico meteorológico que daba al traste con el plan inicial: navegación desde Bueu hasta la isla de Ons, caminata lúdico-exploratoria de la isla, bacanal en Casa Checho a base de productos de la isla y el rico mar que la circunda y viaja de vuelta al continente. Pero 39 nudos de viento y olas de cuatro metros son mucho incluso para los blogastrónomos.

Pero si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma (o al revés, que tanto monta). Y, afortunadamente, la patrona Lola fue quien de dejar las vituallas en el continente y hacerse con un restaurante de contingencia en Noalla, Sanxenxo, donde celebramos tan magna liturgia una docena de blogastrónomos y otros tantos voluntariosos pirados que tuvieron a bien unirse al grupo.

Antes de entrar en materia onsiana propiamente dicha, pudimos disfrutar en vivo de una demostración más de que en Galicia hacemos cosas muy interesantes en diversos planos de lo gastronómico. Santiago Pérez nos presentó una muestra de la agricultura ecológica que desarrollan en La Finca de los Cuervos, cerquita de Santiago, y en concreto de su producción de baby leaves on demand que viaja a las cocinas de los más prestigiosos chefs gallegos. Adornada la degustación, además, por una vinagreta recién traída del cercano Culler de Pau.

Ya en la mesa, arrancó la secuencia de tradición gastronómica y materia prima kilómetro cero con la que nos homenajeó, en su temporal destierro, el equipo de Casa Checho, con Lola a la cabeza. Para empezar, una espectacular empanada de zamburiñas; de las de pan de millo, como mandan los cánones: quebradiza y sabrosísima la gruesa masa. Para seguir, del mar a la mesa sin pasar más que por un par de manos - las de Pepe, el hijo de Lola - unos fantásticos percebes ante los que el suscribe dio muestras de una vergonzosa incontinencia. Maravilla y lujo que el mismo percebeiro te pueda señalar sobre una foto de la isla dónde capturó al bicho pocas horas antes de que él mismo te lo sirviera, tímido y humeante bajo el paño de rigor.

¿Podría concebirse una comida temática sobre Ons sin el pulpo? No, claro. Y tras el cefalópodo - durito, durito, como tiene que ser - el cocido con bolos do pote. Son los bolos do pote recuerdo de épocas complicadas en las que el hambre era más una realidad que una palabra. Los bolos do pote están hechos de harinas de millo y centeno, tocino, cebolla y el toque especial de la nébeda - una hierba autóctona cercana a la menta - que se cocinan formando grandes bolas y que luego se sirven partidas en la fuente del cocido. Afortunadamente, en la actualidad puede tomar uno el cocido acompañado de la panoplia porcina y gallinácea de rigor. Con todo, me quedo, además de con los bolos, con el repollo tierno tiernísimo que se deshacía en la boca y con la patata de Ons, cultivada y recogida a escasos metros de Casa Checho. De nuevo ya no kilómetro, sino metro cero.

Llegan los postres, que no se quedan atrás. Tarta de queso, empanada de manzana y, de nuevo tradición, bandullo. Translitero a Colineta los ingredientes: pan reseso, leche, huevos, pasas, rustrido de tocino, frutos secos y, de nuevo, nébeda.

Le dimos al vino, claro. Primero un albariño biodinámico, Pedralonga 2009, y un mencía de la Ribeira Sacra, Casa Moreiras. Y le dimos al gin tonic, claro. Por cortesía de Gadis, teníamos sobre la mesa dos nuevos para mí: Mombasa Club y Pink 47. Y todo por cuarenta euros, señores, ¿hay quién dé más? Pero claro, si uno tiene una organizadora como Mónica, unos anfitriones como Lola y su familia y unos compañeros de mesa como las dos deliciosas docenas de pirados por el buen comer que allí nos juntamos, ¿cómo podría no resultar fantástica una jornada como ésta?

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