Casablanca: el valle de los blancos

Chile es el séptimo productor de vino del mundo y el quinto exportador, sólo por detrás de Francia, España, Italia y Australia. Su oferta, por tanto, es amplísima. No era fácil decidir por dónde empezar a aprender, pero con ayuda de una prestada Guía de Vinos de Chile 2010 tuve claro que los valles de Casablanca, Leyda y San Antonio serían mis primeros destinos. De clima más frío y cercanos al océano, son los valles con la mejor producción de blancos del país. Pensé que serían a Chile lo que Galicia a España y además están a menos de 100 Km de Santiago. Así que tomé la Ruta 68 hacia Valparaíso y allá que me fui.

Os voy a ahorrar la historia de las bodegas y de los vinos que probé. La asociación de productores tiene una web bastante completa con nutrida información y muy buenas imágenes. Pero sí haré mención a las tres cosas que más me llamaron la atención durante la excursión.

La primera, el tamaño. Acostumbrado al minifundismo gallego, las cifras que me dieron me dejaron un poco descolocado. La más pequeña que visité, Casas del Bosque, elabora un millón bastante largo de litros y se considera a sí misma una bodega boutique. Viña Mar, por su parte, produce tres millones de litros en 270 hectáreas (ojo a los rendimientos) y se consideran una bodega pequeña. ¡Sólo una de sus cubas de 42.000 litros podría albergar toda la producción de no pocos colleiteiros del Ribeiro!

La segunda, la explotación del enoturismo. El del vino es un negocio que evoluciona rapidísimo en Chile, pero no por ello deja de ser joven. Y esta juventud es la que le ha permitido comprender fácilmente el potencial del turismo enológico: las bodegas que he visitado cuentan con instalaciones cuidadísimas, con restaurantes y salones para eventos, algunas con hoteles de mucho nivel y todas con tours organizados que incluyen la visita a la bodega, rutas por los viñedos – en ocasiones a caballo o en carruaje; miradores y lagunas aportan encanto a los paisajes – y degustaciones de sus vinos.

Y en tercer lugar, lo bueno que es partir de cero. Con el olfato y el gusto hecho a albariño, godello, treixadura, mencía, sousón y demás castes galaicas, me resulta mucho más fácil percibir y clasificar uvas con las que apenas había tenido contacto. Algunas cepas, como la Carmenere, la Sauvignon Blanc o la Pinot Noir apenas las había probado (si es que las había probado, espumosos aparte); otras, como la Syrah o la Merlot, bastante menos de lo que habría querido (aún recuerdo el fantástico 46 Cepas de Alfredo Maestro).

Así, prácticamente virgen, el cerebro es como un folio en blanco que va anotando y ordenando los aromas más cercanos de la Sauvignon Blanc; la untuosidad y las frutas de la Chardonnay; la frescura y ligereza de la Pinot Noir; las especias de la Syrah… La que no me acaba de convencer es la reina indiscutible en el país: lo que he probado de Cabernet Sauvignon se me hace muy pesado, pero por aquí encanta. Será cuestión de acostumbrarse…


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