La imponente sombra de las torres de San Gimignano

Curva tras curva, la carretera asciende desde Colle di Val d'Elsa hasta la etrusca Volterra. Tras un par de requiebros especialmente cerrados, ya bastante en lo alto, la vegetación da una tregua. A la derecha, muy lejos, se adivinan las torres de San Gimignano.

Ante el perfil de la ciudad, necesariamente uno se traslada mil años atrás: San Gimignano era parada obligada en la Vía Francigena, camino de peregrinación desde Canterbury a Roma. Me imagino la impresión de los peregrinos ante la primera imagen de la ciudad: en el duecento llegaron a contarse 72 torres - hoy permanecen catorce -, símbolo del esplendor económico de San Gimignano, de la riqueza de sus gremios, de la ostentación de sus nobles.

La Piazza del Duomo alberga los edificios institucionales - el propio duomo, también el palazzo comunale -, pero el verdadero centro vital de San Gimignano es la triangular Piazza della Cisterna, así llamada por el pozo que hay en su centro. Un café en alguna de sus terrazas es obligatorio; o, mejor, un helado en la que, dicen, es la mejor heladería del mundo. No pudimos comprobarlo - cerrada por reformas - pero sí que su competencia en la propia plaza está a un excelente nivel.

Finalmente, hay que subir a alguna de sus torres para contemplar la ciudad a vista de pájaro. La Torre Grossa, la del ayuntamiento, está abierta al público. Desde lo alto, no sólo se dominan los rojos tejados y las callejuelas repletas de comercios a la pesca del turista. También la vasta extensión sobre la que, algún día, reinaban las torres de San Gimignano. Si es que han dejado de hacerlo.

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