Alborada (A Coruña), o de cómo sus cualidades se mantienen intactas dos años después

Desde mi partida a Chile – muy pronto, en marzo, hará dos años – no había vuelto a pisar el Alborada, que para mí era entonces el mejor restaurante de la ciudad. No había podido comprobar, por tanto, cómo había evolucionado desde la salida de Luis Veira, alma de la cocina que llevó al local a obtener la estrella Michelín. Por eso, en la escapada relámpago del pasado fin de semana, fue una de las opciones que elegí para reencontrarme con la gastronomía gallega.

Tenía mucha curiosidad por saber cómo se las había compuesto Diego Bello en el poco más de medio año que lleva al frente de los fogones del Alborada. Quizás por eso, quizás por las ganas de intensificar el sentimiento de estar en casa con sabores conocidos, nos decantamos por tomar el menú clásico, que recrea algunas de las más celebradas composiciones de la trayectoria del restaurante.

Y puedo resumir la experiencia en tan solo dos palabras: ejecución impecable. Allí estaban esos platos del recuerdo excelentemente recreados. Empezando, tras el aperitivo, por un soberbio salpicón de bogavante exclusivamente gallego sabroso, suave, perfectamente integrado. Y continuando por los fritos de cigala – carnosa, tersa, rica – con mahonesa de soja.

No sé si porque lo recuerdo como uno de los mejores platos que he tomado, pero el huevo roto con cigalas, aceite de trufa y jamón fue el único en el que algo me faltó: más sabor, más intensidad. Sin embargo, la merluza al vapor con pil pil de lima limón y espinacas estaba sublime: el punto, el color, la textura perfectas (se nota que Diego tiene buenos maestros en el dominio de este tipo de platos).

Para cerrar los salados, mantecoso y sutil el cochinillo asado con puré de patata y foie, que ya lo tenía difícil a esas alturas. A gran altura igualmente el postre, una sencilla pero muy interesante tarta de manzana con helado de fresas al vino tinto. Para cerrar, cafés y gin tonics – Martin Miller’s con Fever Tree – servidos como tienen que servirse.

El menú clásico descrito tiene un precio de 55 euros, si no recuerdo mal.

En fin, me quedó meridianamente claro que la solvencia de la cocina del Alborada sigue intacta. Y, por supuesto, el rigor y la elegancia en sala, siempre presentes de la mano de Santi Diéguez. Me queda comprobar – ojalá pueda pronto – si la creatividad y la innovación también están ahí, aunque las propuestas de la carta y del menú de estación suenan interesantes.

Pero hay un tercer elemento, relativamente nuevo, que hace todavía más interesante la visita al restaurante. En el piso de arriba, a tiro de las escaleras exteriores, está su tienda-bodega, Espíritu de Galicia. Más de 750 referencias, muy buena parte de las cuales pertenecen a todas las DOs gallegas, en una selección para bebérsela con los ojos mientras se pasea por la sala.

Cualquiera de las botellas exhibidas está a disposición del comensal del restaurante a precio de tienda más una cantidad por descorche. Así que en vuestra próxima visita al Alborada, llegad media hora antes, subid a la bodega, pedíos una copita y degustadla mientras elegís, de la mano y de la conversación de Esteban, qué vais a beber durante la cena o la comida. En nuestro caso, un Antonio Montero y un excelente Guímaro Finca Meixemán 2010.

Las fotos son de archivo, de visitas anteriores al restaurante, excepto la de la bodega, que está tomada de su web.

[Restaurante Alborada / Paseo Marítimo Alcalde Fco. Vázquez, 25 - A Coruña / 981.929201 / Ubicación]

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